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Transcripción de entrevista radial a Alicia Fernández: "Para que el niño preste atención primero hay que prestarle atención a él"

 

"Para que el niño preste atención, primero hay que prestarle atención a él"

31.05.2012 | 18.26

 

El 5% de los niños uruguayos tiene déficit atencional con hiperactividad, según un estudio realizado por la Universidad de la República en 2007. Además, la investigación informaba que en algunas farmacias, como en las del Centro Hospitalario Pereira Rossell y el Hospital Vilardebó, se constató una duplicación en el suministro de ritalina, un fármaco utilizado para tratar esta patología. Pero ¿existe efectivamente una mayor tendencia de los niños a padecer déficit atencional con hiperactividad o se está exagerando? Para contestar a esta y otras interrogantes, En Perspectiva entrevistó a la psicopedagoga argentina Alicia Fernández, especializada en estos temas, quien opinó que este déficit "no existe como entidad separada, sino como consecuencia de otras problemáticas", y señaló que los casos que podrían señalarse como déficit de atención son "poquísimos, menos de ese 5% que los manuales de psiquiatría señalan". En este sentido, se preguntó "¿qué está sucediendo que estamos psicopatologizando el malestar?", y expresó: "Si yo quiero que el niño preste atención, tengo que prestarle primero mi atención".
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(emitido a las 8.49 Hs.)

EMILIANO COTELO:
El alumno no presta atención en clase, vive en las nubes, se distrae con cualquier cosa, no para un minuto, se mueve todo el tiempo, distrae a los demás. ¿Cuál es el diagnóstico más común en este caso? Déficit atencional con hiperactividad.

Según un estudio realizado por la Clínica de Psiquiatría Pediátrica de la Universidad de la República difundido en 2007, en nuestro país los niños con déficit atencional e hiperactividad llegan al 5%. Para tratar este tipo de patología se utiliza la ritalina, un medicamento cuyo consumo ha aumentado de manera notable en todo el mundo en los últimos años, lo que ha sido un llamado de alerta para algunos especialistas.

Por ejemplo, en Estados Unidos 2,5 millones de niños aproximadamente utilizan psicoestimulantes para el tratamiento del déficit atencional con hiperactividad. En Uruguay, aquel estudio del año 2007 informaba que, si bien “no se dispone de datos nacionales de consumo de este fármaco, las farmacias del Centro Hospitalario Pereira Rossell y del Hospital Vilardebó” constataron una duplicación en el suministro de estos fármacos entre 2001 y 2006. Y luego señalaba que ese incremento puede deberse a “un mayor conocimiento del trastorno y mayor identificación diagnóstica, a un aumento en la incidencia y/o directamente a un sobrediagnóstico”.

Hubo otras novedades después, por ejemplo a fines de 2010 el Ministerio de Salud Pública anunció que fiscalizaría más firmemente para que no hubiera prescripción libre de la droga ritalina.

¿Qué pasa? ¿Existe una mayor tendencia efectivamente de los niños a padecer déficit atencional con hiperactividad, o se está exagerando? ¿Todo niño inquieto sufre necesariamente de este trastorno? ¿Qué es normal y qué no lo es? ¿Qué desafíos se les presentan hoy a los padres y maestros para tratar niños con esta patología?
    
En estos temas se ha especializado la psicopedagoga argentina Alicia Fernández, que se encuentra en Montevideo invitada por el colegio Santa Elena, donde ayer dirigió un taller para docentes y funcionarios. Con ella vamos a conversar esta mañana.

ALICIA FERNÁNDEZ:
Gracias por estar acá, para poder tomar en cuenta un tema tan importante, creo que verdaderamente más importante que el dólar.

EC - Posiblemente.

AF - Sí, porque hace a cada una de las personas que están escuchando, a cada uno de nosotros, porque tiene que ver con cómo pensamos, cómo sentimos, cómo miramos el mundo y hasta cómo entendemos esa vertiginosidad de los mercados. Y cómo aspectos fundamentales de nuestra existencia, como el desear, el pensar, el aprender y el relacionarse con el otro están manejados con el mismo consumismo. Por eso situaciones como esta, que usted resumía. Qué es lo que hacemos para que estemos medicalizando algo que es el deseo natural de cualquier ser humano, que es justamente aprender, porque vivir es aprender. Cómo puede ser que se tenga que tomar una pastilla para aprender.

EC - Para empezar, vamos a una definición básica: ¿cuáles son las principales características de un niño que presenta déficit atencional o hiperactividad? Se lo pregunto para que tengamos claro cuándo estamos ante un problema y cuándo simplemente ante un niño inquieto.

AF - Yo daría vuelta la cuestión, porque las características son observables, están en los manuales de psiquiatría, y son las mismas que puede observar alguien que mira a su hijo. El tema es pensar varias cuestiones. Una de ellas: qué es prestar atención y cómo se evalúa cuándo hay un déficit en la atención. Son poquísimos los casos, menos de ese 5% que los manuales de psiquiatría señalan, y es mucho menor la incidencia numérica de lo que realmente se podría señalar como un déficit de atención. Y nunca es en sí mismo, siempre es consecuencia de otro problema, que puede ser psicológico, neurológico, hay muchas situaciones, hemos visto niños o niñas que estaban tratados con metilfenidato –que es la droga base de la ritalina– y eran niños por ahí que sufrían violencias, que sufrían abuso, niños deprimidos; el modo de expresar la angustia, la depresión de un niño, de un adolescente es diferente. Esto no quiere decir que todas las situaciones sean así. Lo que quiero decir es que esa desatención e hiperactividad son una manifestación externa que puede responder a múltiples causas. Es como alguien que tiene fiebre alta: puede ser desde una cosa simple, pequeñita, hasta un problema muy grave. No podemos confundir esa manifestación con la situación que la genera.

EC - ¿Cuál es su experiencia? ¿Estamos ante un aumento de los casos que estrictamente pueden calificarse como de déficit atencional e hiperactividad?

AF - No. Mi respuesta es bien rápida: no, y después de haber hecho largos estudios. Sí hay es un aumento enorme, un número que asusta, que alarma, de la cantidad de niños y adolescentes que reciben este supuesto diagnóstico. Los niños llegan a nuestro consultorio ya diagnosticados por los medios.

EC - ¿Cómo “diagnosticados por los medios”?

AF - Sí, porque el papá o la mamá llegan diciendo: “Mi hijo tiene déficit atencional” o “es hiperactivo”; ni siquiera “tiene”: “es”. Ya llega con ese rótulo, no es un diagnóstico. Entonces algo está pasando que muestra esto, claro que sí, pero brevemente en mis últimos libros tengo dos o tres capítulos que nombré de esta manera: “Una sociedad hiperactiva y desatenta medica lo que produce”. Entonces claro, los niños, y sobre todo los adolescentes, pero los niños, muestran una sociedad. Basta con prender la televisión u observar el movimiento en una gran ciudad para ver cómo los adultos estamos hiperactivos y desatentos.

EC - Y los niños también.

AF - Por eso, sí, estamos hiperactivos y desatentos, los adultos.

EC - Eso está bueno que lo remarque, porque creo que todos lo vivimos y lo protagonizamos en el día a día. En una conversación con colegas, por ejemplo, cuán difícil resulta en los últimos tiempos dejar el celular al margen. El teléfono está arriba de la mesa, y mientras conversamos estamos echándole un ojo a cada rato a ver si apareció un mensaje. ¿Usted alude a ese tipo de situaciones AF - Sí; esto de por sí no tendría por qué ser desatento, pero sí, desatención. Hay algo interesante en lo que acaba de mencionar, que remite a algo que hemos estado estudiando y es muy claro: los modos de prestar atención –yo llamo a esto modalidades atencionales– han cambiado en estos últimos años, entonces quienes hacen los manuales psiquiátricos y quienes realizan los diagnósticos ateniéndose a los manuales psiquiátricos, la gran mayoría de las evaluaciones pedagógicas en las escuelas, siguen parámetros pensando que la atención es lo mismo que hace 200 años, ni siquiera digo 20 años, y los modos de prestar atención han variado.

Usted acaba de nombrar muy bien cómo el celular es actualmente casi una parte del cuerpo; parece que uno puede salir sin zapatos pero no sin celular. Pero no solo el celular, simultáneamente usted tiene más cerca a Japón, a China que a su vecino. Esta simultaneidad de situaciones en cuanto al tiempo y al espacio modifica algo muy importante en la subjetividad humana, ya sea de adultos o de niños, que es la representación del tiempo y el espacio. El modo en que usted y yo representamos el tiempo y el espacio hoy es muy diferente que hace 20 años, es diferente el modo en que nos situamos en ellos. Y sin duda para nosotros esto es todo un esfuerzo, porque hemos aprendido a vivir en el mundo con la atención focalizada, prestando atención en general a una cosa por vez, aprendimos así cuando éramos pequeños.

EC - Entonces usted en primer lugar pone en cuestión hasta el concepto de atención.

AF - Es lo principal.

EC - Y si está en cuestión el concepto de atención, también cae el diagnóstico hasta ahora manejado del déficit atencional.

AF - Perfectamente, eso que acaba de decir es lo más importante, porque la palabra atencional hasta ahora aparece solamente unida a déficit, y hace como 200 años que no se hace un estudio profundo sobre lo que es la capacidad atencional, cómo están cambiando en estos últimos 15, 20 años, con las nuevas tecnologías, los modos de prestar atención de todas las personas, principalmente de los niños y adolescentes.

EC - Lo que usted dice francamente suena bastante elemental. ¿Puede ocurrir que la academia no lo haya percibido?

AF - Y bueno, a veces las cosas más obvias son las que más tarde entran en la llamada academia.

EC - Se lo pregunto de esta otra manera: los docentes más jóvenes, que crecieron ya con esta nueva era tecnológica y todos estos cambios que han provocado esa sociedad más hiperactiva e inquieta de la que hablaba recién; los psiquiatras más jóvenes, que también han convivido con todos estos cambios, que los llevan más naturalmente, no fue para ellos un choque, ¿no son conscientes de esto que usted acaba de advertir?

AF - Es que la fuerza de las representaciones sociales es mucho mayor que la de las prácticas. Las prácticas sociales van avanzando y el modo de representarlas tarda más en modificarse. Acá nombramos uno de los elementos, esta modificación de la representación del tiempo y el espacio, que es una realidad, pero esto va unido a otra serie de cuestiones como por ejemplo el “compre ya”, es decir, no piense, decida, el decisionismo; decida antes de pensar. Porque no es lo mismo inquietación que hiperactividad, la inquietación es buena, la inteligencia humana se desarrolla, se desenvuelve justamente cuando el humano se inquieta por la realidad, por la presencia del otro, por la injusticia, por el dolor, por los problemas, por lo que fuese. Pero ¿cuándo esta inquietación se transforma en hiperactividad? La hiperactividad es muy semejante a la bulimia, por ejemplo. Aunque parece totalmente alejada, la bulimia está en el plano de la alimentación como una de las llamadas patologías del presente: bulimia, anorexia, hiperactividad, desatención, en los adolescentes las conductas de riesgo, ponerse en situación de peligro y en los jóvenes el síndrome de pánico.

Nombré seis situaciones que parecen alejadas unas de otras pero que desde mi punto de vista responden a la misma cuestión. La bulimia podríamos tomarla en cuanto a la relación –estoy haciendo un esquema, no estoy tratando de profundizar esto que sí lo tengo muy profundizado en otros ámbitos– con el alimento, un exceso de alimento y no poder reconocerme a mí misma con la posibilidad, el deseo, la autorización de transformar aquello que recibo para hacerlo propio. Entonces como, como, como, como, y vomito. Lo mismo que la hiperactividad en otro sentido.

EC - ¿Y el “compre ya” al que recién aludía?

AF - Es hiperactividad, tomo, tomo, toco, toco, toco toco todo, un poquito de cada cosa, y expulso, porque no puedo elegir. Si no elijo, los objetos no se hacen míos, no se hacen propios, entonces la experiencia con ese objeto me es arrebatada, el trabajo de la experiencia, el contacto con lo que fuere, sea un teléfono, sea un aparato de música, es decir, la experiencia que el sujeto tiene, sea un niño, un adolescente. La experiencia con ese objeto forma parte de su historia, entonces se apropia de eso; por eso lo relacioné con la bulimia, con la hiperactividad, con las conductas de riesgo, con las conductas de peligro.

EC - Sí, hemos hablado bastante en los últimos tiempos en Uruguay y en especial en el programa por ejemplo de estas prácticas tan sorprendentes de las picadas con motos y las variantes más perversas como dos motos que se enfrentan a toda velocidad una contra la otra en la raya amarilla de una ruta a ver cuál de los dos motociclistas es el “gallina”, el que se corre.

AF - Ahí uno podría decir “pero ¿cómo?, ¿no tiene miedo al peligro?”. Pero, simultáneamente, con esta conducta de riesgo está el síndrome de pánico, que es lo opuesto, el miedo a todo lo que es el mundo exterior. Por un lado, aquellos con la moto viendo hasta dónde puedo enfrentar el peligro sin morirme o muriéndome, no sé. Y, por otro lado, no puedo salir, todo es peligroso, todo me produce pánico. No es por casualidad que la hiperactividad, que la desatención viene con o sin hiperactividad, que la anorexia viene con o sin bulimia. ¿Qué es esto?

EC - Usted abrió mucho la cancha.

 

 

AF - Sí, porque es un tema profundo, por eso digo que es más importante que la volatilidad del dólar, sin duda, porque hace al día a día de cada uno de nosotros y de nuestros niños y adolescentes. Hace a cómo nos situamos hoy delante del otro, del mundo, de lo que yo deseo, de mis esperanzas, de lo que quiero, de cuál es mi responsabilidad con relación a… Porque la responsabilidad está unida a la alegría de la autoría, a querer aquello que hacemos, a sentir que nuestra vida tiene sentido, y esta cuestión de la desatención –por eso digo que es lo opuesto a la hiperactividad, pero van juntas– es como que nada del mundo me interesa.

EC - Por lo tanto usted está haciendo un llamado a la cautela, un llamado a los padres, a los docentes, a los psiquiatras a manejar con mucho cuidado esto que en los últimos tiempos puede haberse convertido en una solución facilonga, la de diagnosticar déficit atencional con hiperactividad o no.

AF - Exactamente.

EC - Al niño hay que observarlo con más cuidado y hay que observar con más cuidado a la familia, y el maestro tiene que observarse a sí mismo con más cuidado, y el profesional, como el psiquiatra, tiene que observarse y autocriticarse en el manejo de estas situaciones.

AF - Exactamente, porque esas manifestaciones son gritos desesperados, no conocidos por quienes los enuncian, por algo que está pasando. Entonces tiene que ser un enigma a resolver.

EC - Usted dice –y creo que lo dice en algunos de sus libros que he podido repasar en estos días– que lo que puede estar fallando es la atención del otro, la atención del maestro, la atención del psiquiatra, la atención del padre, no del niño.

AF - Sin duda. Nuestro idioma es maravilloso, decimos “prestar atención”, no decimos “pagar atención”, como en inglés, y lo que se presta se tiene que devolver. Si yo le presto este lápiz, usted me lo tiene que devolver. Y la atención en castellano se presta; si yo quiero que el otro me preste atención, que el niño preste atención, tengo que prestarle primero mi atención, y atender es difícil.

***

EC - Alicia Fernández es psicopedagoga egresada de la Facultad de Psicopedagogía de la Universidad del Salvador, Buenos Aires, Argentina, especializada en aprendizaje, y además es psicodramatista.

***

EC - Antes de la entrevista habían llegado ya varios mensajes que iban un poco en la línea de lo que usted señalaba.

Por ejemplo, dice una oyente: “Soy psicóloga y pienso que lo que les estamos trasmitiendo a las familias es que todo se soluciona con una pastilla, la ritalina”.

Otro mensaje: “Creo que si los padres cumplieran con su papel de educadores, compañeros, contenedores y trasmisores de valores habría menos niños diagnosticados”.

¿Qué dice a propósito de este tipo de comentarios?

AF - Concuerdo con las dos cosas que se leyeron. Porque el consumo del metilfenidato, que es la droga base de la ritalina, el nombre comercial, ha aumentado exponencialmente en nuestros países y en Estados Unidos desde hace ya bastante tiempo. Es muy interesante, porque primero se crea la droga y después se inventa la enfermedad.

EC - ¿Cómo es eso?

AF - Es así, he analizado esto históricamente, y eso está bien fundamentado en muchos autores que trabajan esta cuestión. Por ejemplo, se hicieron estudios ya en el año –lamentablemente no traje conmigo los datos, pero están en mis libros– 58 en Estados Unidos preguntando a maestros y padres cuáles eran los problemas que más les preocupaban en sus hijos. Entonces apareció ya en aquel año en estas preguntas que lo que más les preocupaba era la hiperactividad, más que el hecho de que aprendieran o no aprendieran. Ahí se procesa el metilfenidato con el nombre ritalina –ahora aparecieron otros como la atomoxetina–, primero se da para qué serviría esta droga y ahí se crea el diagnóstico, se inventa: déficit atencional, TDAH, con hiperactividad o sin hiperactividad, es decir, un conjunto de manifestaciones que antes tenían otro nombre. Lo que sucede es que la medicina, a diferencia de otras disciplinas, es renuente a hacer la historia de sí misma.

EC - Usted está poniendo el dedo en varias llagas al mismo tiempo.

AF - Sí, ya sé, es un tema complicado. Ya hace mucho tiempo que venimos en trabajando en Argentina, en Italia, en España, hay muchos foros de trabajo sobre esta cuestión. ¿Qué está sucediendo que estamos psicopatologizando el malestar? Lógicamente, si se psicopatologiza el malestar por las múltiples situaciones y sobre esto se diagnostica y luego se medica ya nadie se pregunta nada, no nos preguntamos nada.

EC - Pero ¿el síndrome existe o no? ¿La ritalina tiene ventajas en los casos en los que se justifica sí o no? Se lo pregunto a partir de este mensaje: “No sé si ahora está sobrediagnosticada la hiperactividad y el déficit atencional, pero en el año 2003 mi hijo fue expulsado de un colegio privado por problemas de conducta siendo la directora psicóloga. Eso lo marcó negativamente en su personalidad”. Este es uno de los mensajes.

Pero otros dicen que hay casos en los que efectivamente la ritalina bien indicada ha surtido sus efectos y ha sido productiva, ha logrado, por ejemplo, que alguien que tenía problemas de aprendizaje haya podido continuar adelante, haya incluso llevado adelante una carrera universitaria.

AF - Es que si usted me dijera que en una escuela de 800 alumnos, de 1.000 alumnos, tenemos 30 alumnos tomando ritalina, yo igual estaría preocupada, porque no es esa la proporción, pero tenemos escuelas públicas y privadas en Argentina, Uruguay, toda América Latina, Europa y principalmente Estados Unidos, en que tenemos casi un 40%, no un 3 o un 4%, de los alumnos medicados para que presten atención o se queden quietos para aprender.

EC - Son porcentajes muy fuertes, muy chocantes.

AF - Son chocantes, por eso, entonces no podemos estar discutiendo ahora si existe o no existe. Hemos hecho una investigación muy profunda en estos nueve años, no queremos basar nuestra discusión en el tema de si existe o no existe un síndrome puntual que podemos llamar déficit atencional con hiperactividad, pero si usted me pregunta y yo tengo fundamentos, digo que no existe.

EC - ¿Directamente no?

 

 

AF - No existe, como entidad separada no. Como consecuencia de otras problemáticas claro que existe: psicológicas, también neurológicas, sociales. Claro que existe, porque es una manifestación, es tomar contacto con el mundo, con lo que el otro me ofrece o no tomar contacto con esto, no poder. Claro que es un problema urgente, y puede ser que la pastilla –y ese quizás sea uno de los problemas– cubra los síntomas, lo digo con total fundamento, cubra los síntomas, o sea, deje quieto y concentrado al niño por un momento. Lo que sucede es que este no es el modo de aprender, y menos aún en los momentos actuales.

EC - De todos modos el problema va a seguir.

AF - El problema va a seguir. Además los modos de aprender que nos permiten estar en el mundo actual tienen mucho más que ver con una atención abierta, simultánea a diversas situaciones en el mismo momento, como hablábamos del celular, por ejemplo, de internet, al mismo tiempo tienes una serie de ventanas y estás atendiendo. Estos son los modos de atención actuales que no tienen que ver con la focalización, tienen que ver más con la dispersión creativa.

EC - Entonces estamos ante la pregunta de cómo hay que enfrentar estas situaciones, porque las situaciones son reales y existen. ¿Cómo las enfrenta el maestro, cómo las enfrenta el padre, cómo las enfrenta el psiquiatra? En uno de sus últimos libros usted cuenta una anécdota –que cuenta también en sus conferencias, tengo entendido– que voy a leer textualmente:

“Ocurrió en un hospital público de la ciudad de Buenos Aires. El silencio de la sala de espera fue interrumpido por la alegría contagiosa de médicos y enfermeros despidiendo a un hombre de unos 80 años. Estaba siendo dado de alta luego de 40 días en terapia intensiva entre la vida y la muerte. La conmovedora situación me invitó a acercarme al anciano cuando iba caminando ya solo por el pasillo. ‘Quiero hacerle una pregunta’, dije. Y él respondió: ‘¿Tiene usted tiempo para escucharme?’. Con lo cual me ofreció ya de entrada la primera reflexión, que me lleva a pensar cuántas veces preguntamos sin ofrecer el tiempo para escuchar.

Al mirarlo me surgió preguntar: ‘¿De dónde sacó usted fuerzas para curarse?’. Y él dijo: ‘Es una historia larga, si quiere se la cuento. Tengo 83 años, tuve un accidente en la calle y me trajeron inconsciente. Escuchaba que los médicos hablaban, pero yo no podía hablar. Me daba cuenta de que ellos decían que me iba a morir, y yo pensaba que quería decirles ‘quiero vivir’, y no me salían las palabras. Entonces comencé a pensar en alguien que hubiese creído en mí. Y así, después de tanto tiempo me acordé de la señorita Teresa, mi tercera maestra. ¿Quiere que le siga contando?’. ‘Sí, me interesa. ¿Qué fue lo que recordó de Teresa?’ ‘El modo en que me miraba, el modo en que me escuchaba. Desde que empecé en la escuela los maestros le decían a mi madre que yo no iba a aprender a leer ni a escribir. Por un tiempo dejé de ir a la escuela, total, no iba a aprender. Al año volví, porque tenía muchas ganas de aprender, y me tocó otra maestra, y se repitió la misma historia, me volvieron a sacar de la escuela. Al año siguiente insistí por tercera vez, y entonces me tocó la señorita Teresa. De ella me acordé 70 años más tarde estando ahora en terapia intensiva cuando quería sacar fuerzas para curarme.’ ‘¿Y qué fue lo que recordó de ella?’ ‘Me acordé de que me miraba como diciendo ‘vos vas a poder’.’ Un simple y profundo modo de mirar que no puede fraguarse, que ninguna capacitación técnica puede otorgar”.

AF - Claro, yo viví esa experiencia que usted leyó con tanta fuerza. Yo viví esa experiencia que me enseñó muchísimo de esto que cada uno de nosotros en el lugar de papá, de mamá, de maestro, de maestra, incluso de los medios, hacer una pregunta… Y aprovecho para decir esto que estoy viviendo en este momento, por ejemplo hacer una pregunta desde el lugar en que usted está y dar el tiempo, eso que me enseñó este señor, cuando yo le digo le voy a hacer una pregunta y me dice “¿tiene tiempo para escucharme?”. Esto es fundamental, y ese es el lugar de los medios también, preguntar, pero dar tiempo para que esa pregunta opere en el propio que pregunta, porque si yo voy a preguntar lo que ya me imagino que el otro va a responder y si no lo responde rápido lo saco del medio…

Esa escena muestra esa riqueza de lo que nosotros creemos acerca del otro. Por eso yo ayer les decía a los maestros y al personal de la escuela donde di una charla, una conferencia, un taller: la principal cualidad que tiene un maestro –tiene muchas, pero la que no puede no tener– es la de creer que su alumno puede aprender. Parece obvio, porque querer es fácil. Lo mismo un padre, una madre, lo que más puede un padre, una madre trasmitir a su hijo es, primero, que lo reconoce como un ser pensante y deseante, un ser que puede aprender, que tiene la posibilidad de aprender. Y este es uno de los problemas graves de la pastilla y del sobrediagnóstico, que no es diagnóstico, son rótulos. Porque aunque yo tenga mucho deseo de que mi alumno, mi hijo aprenda, piense, sea creativo, si aparece un supuesto diagnóstico que dice “no aprende porque no presta atención”, ya voy a descreer de sus posibilidades, de su propio deseo de aprender.

Nosotros hemos hecho una investigación en siete países y hemos visto situaciones muy puntuales. Por ejemplo, algunos escondían las pastillas, pero como la maestra, el padre y la madre creían que la tomaban estaban todos felices. Y el conjunto de las pastillas estaban tiradas atrás de la heladera, en uno de estos casos. Así como hemos visto estas situaciones, hemos visto otros casos de problemas muy serios que estaban encubiertos cuando se tomaba la medicación. Además una medicación que solo se toma cuando se va a la escuela.

EC - Usted, por lo tanto, le está pasando una responsabilidad muy grande al docente, al maestro.

 

AF - En esa anécdota de ese señor de 83 años veíamos claramente el poder que tiene el maestro como persona. Poder en el buen sentido, en el sentido de conjugar el verbo poder, no como sustantivo, cuando se conjuga yo puedo, tú puedes, él puede, nosotros podemos, ellos pueden, ahí el verbo es bueno, es riquísimo. Entonces el maestro tiene un gran poder, su posición como persona, porque es aquella institución, más allá de la familia, que va a proveer a ese niño y ese adolescente unos ciertos elementos para que él se considere pensante e inteligente. Esto es así, es un poder que la sociedad le ha dado. Entonces las marcas que puede dejar un maestro en un niño pueden ser para toda la vida, como la de ese señor, maravillosas o terribles. Cuando la responsabilidad es consecuencia de la autoría no pesa; usted me dice “usted les está dando mucha responsabilidad a los maestros”.

EC - Sí, o les está exigiendo mucho a los maestros.

AF - Está bueno esto que usted dice, pero yo lo digo de la siguiente manera: cuando la responsabilidad es consecuencia de la autoría, de la alegría de la autoría, no pesa. Uno se hace responsable naturalmente de aquello que siente que ha participado en crear. Pesa como una exigencia, como una cosa de cansancio cuando uno siente que es una obligación externa y no se siente importante, importante en el buen sentido de la palabra, que su ser tiene sentido. Cuando uno siente que la vida de uno tiene sentido, la responsabilidad no pesa, es una consecuencia de eso.

***

EC - Los oyentes han quedado muy enganchados, los mensajes se están acumulando en cantidades industriales. Quieren saber, por ejemplo, si hay otra conferencia suya en Montevideo. No, fue ayer el taller en el colegio Santa Elena, usted se vuelve a Buenos Aires. Preguntan qué otras oportunidades habrá de escucharla, no sé si el profesor Pablo Cayota, que es quien nos ha sugerido la entrevista, tiene una respuesta para esa consulta.

PABLO CAYOTA:
Nuestra intención es que vuelva en octubre y, aparte de hacer una actividad interna del colegio, abrir a otros actores que nos lo han solicitado. Sabemos que la agenda de la profesora es compleja, pero sabemos que quiere al Uruguay y que va a querer volver.

AF - Sin duda, porque hay muchos profesionales en Uruguay, aquí tenemos uno presente, pero hay muchos profesionales que yo vengo conociendo desde hace tiempo también y que están trabajando con este sentido de pensar que no existen los medicamentos para el alma.

EC - El libro que estábamos citando, donde está la anécdota que yo leía recién, se titula “La atencionalidad atrapada”. Hay otros libros de la profesora Alicia Fernández, vamos a poner el listado completo en Espectador.com junto con la transcripción de esta entrevista. Allí habrá links además para profundizar en la obra de nuestra invitada de hoy.

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