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Montajes temporarios

 

Montajes Temporarios

(intervención de Jorge Gonçalves da Cruz en las IV Jornadas de E.Psi.B.A.)

 

            Demoré unos instantes mi aparición en el escenario porque me pareció que nos hacía falta un tiempo para escucharnos escuchando lo que nuestros colegas acaban de ofrecernos. (Se refiere a la recién finalizada mesa de lectura de poemas por los propios autores, terapeutas-poetas).

            Yo a mi modo, también vengo hoy a intentar hablarles de algo que está inacabado y por tanto a tratar que las palabras puedan decir más de lo que parecen decir, o lo que los diccionarios dicen que significan, lo que sin duda tiene que ver con el oficio del poeta.

            Hablo de algo inacabado para mí, ya que –aún con más intensidad que en relación a otros temas- pienso que respecto de los grupos, y luego de años de trabajar y pensar en ellos, sigo sin poder decir, con alguna determinación, por que o como ocurren algunas de las situaciones que en ellos se presentan.

            Hace tiempo entendí que quienes podían darme la pista eran los propios pacientes. Sólo que en aquel entonces pensaba que tal vez podría imitarlos en sus creaciones. Luego concluí que no conseguiría hacerlo.

            Un ejemplo de esas situaciones que a veces se presentan en los grupos, y de la creatividad que allí puede desplegar algún participante: un día estaba recibiendo para su sesión a un grupo de niños de entre 5 y 6 años. Ya habían llegado 3 ó 4 de ellos. En ese momento llega uno más. Cuando abro la puerta está parado, con su mamá acompañándolo a sus espaldas. Vamos a llamar Raúl a este niño. Voy a recibirlo. La mamá lo empuja un poco hacia la sala. El niño, ese día, da unos pasos muy erguido, rígido e inseguro. Al modo de un robot. La mirada detenida en el vacío. La madre me dice en voz muy baja y a modo de explicación “acabamos de operarlo de una hernia inguinal”, y se despide. Cierro la puerta. Raúl se ha detenido, de pie, en medio de la sala.

            De modo confuso me invaden preguntas y cuestiones. ¿Qué ha sucedido? Si es que fue una cirugía programada, ¿por qué no fue anticipada? ¿Cómo incluir lo sucedido con Raúl en la sesión?... En tanto, los niños lo observan, sorprendidos y mudos. Yo estoy de pie y aún no he podido decir nada. Un niño del grupo, digamos Pedro, hace algo: coloca una silla delante de Raúl, que sigue en el centro de la sala... se para en la silla... Raúl levanta apenas la vista... Pedro, sobre la cabeza de Raúl, comienza a mover los hilos imaginarios de un marionetista (proponiendo con los gestos a Raúl como marioneta).

            Raúl lo mira con sorpresa, pero no hace nada. Pedro baja de la silla, toma un brazo de Raúl –brazo tan rígido como el resto del cuerpo- y lo mueve hacia arriba y abajo. Pasa por detrás y hace lo mismo con el otro brazo. Luego vuelve a subir a la silla y a actuar como el marionetista. Ahora Raúl le responde: sube y baja los brazos alternadamente acompañando los movimientos de Pedro sobre la silla. Pedro quiere que también mueva las piernas. Entonces, sin dejar de “manejar los hilos” con sus manos, comienza Pedro a subir uno y otro pie alternadamente. Raúl hace lo mismo. Ríen. El grupo también. Abrazados van hacia unos almohadones. Raúl camina ahora con bastante soltura. Se sientan.

            Fin del recorte que traje a modo de ilustración. Les decía que durante algún tiempo pensé que debería aprender a imitar a estos niños en sus creaciones. ¿Cómo aprender a hacer lo que hizo Pedro? ¿Cómo no se me ocurrió a mí...?

            Luego fui comprendiendo que no podría, ni tenía por qué, saber hacer lo que hizo Pedro. Más bien empecé a pensar, ¿qué es lo que hace que tal o cual niño pueda asumir esta o aquella iniciativa? Y, ¿qué es lo que posibilita que ella fructifique de tal o cual modo, produciendo determinados efectos en los otros? Entonces he ido pensando que son las particulares condiciones del dispositivo grupal las que propician estas “invenciones”. Y que en todo caso, el condicionador esta allí, en primer lugar, para tratar de no entorpecer la emergencia de tales “sorpresas”. Un paso más en cuanto al lugar del coordinador, ya que “no entorpecer” –con ser mucho- aún es poco: se trata de ir creando un espacio en que tales emergencias sean posibles. Y una sensibilidad receptiva para acoger esos balbuceos de invenciones y propiciar su despliegue.

            Un modo de aproximarse a una definición sobre los grupos terapéuticos es caracterizarlos como una invención de tiempo y espacio.  Inventar tiempo... inventar espacio... ¿Tiempo para qué? Tiempo para que cada participante pueda –a veces- escucharse en lo que dice, leerse en sus propias producciones, sorprenderse con alguna invención. ¿Espacio para qué? Espacio donde la implicación, la interpelación, de cada uno pueda situarse, alojarse. Donde el entrecruzamiento de miradas con los otros oportunice el propio mirarse. Si bien el encuentro con otros, los “extraños”, puede ser en si mismo importante, creo que básicamente lo es en tanto propicie un encuentro con lo otro, lo extraño, que hay en la relación de cada uno consigo mismo.

            ¿En qué contexto sitúo estas ideas sobre los grupos? Entendiendo que el trabajo que en ellos ocurre es principalmente de inscripciones, de escrituras, y no de “expresión” entendida como abreacción o descarga.

            No importa tanto lo que cada uno se propone decir con sus producciones (relatos, juegos, dibujos, dramatizaciones...), sino lo que esas producciones, tal como acontecen, le dicen a cada uno.

            Los otros, con su multiplicación de miradas, de gestos, son el soporte para que cada cual en un movimiento de descentración, pueda verse en lo que hace y dice.

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-Dije trabajo de inscripciones, y agregué, de escrituras... Enunciarlo en plural tiene un sentido. En estas Jornadas nos reunimos profesionales dedicados especialmente al arterapia, la danza terapia, el psicodrama, la músico terapia o aquellos que usamos algunos de estos recursos en nuestro trabajo como terapeutas. Me parece que reduciríamos mucho los alcances de esta reunión si no postulamos la existencia de una relativa autonomía semiótica entre estos diversos lenguajes, en particular me parece necesario postularlo en relación al habla. Incluso para la escritura creo que debemos proponer esa relativa autonomía respecto de la oralidad.

            ¿Qué quiero decir con esto? Que nuestra tradición occidental no sólo es logocéntrica, no solo privilegia en relación al pensamiento la organización lógica consciente, sino que también privilegia lo verbal. Entonces, cuando nos ponemos a pensar, respecto de la tarea clínica, en producciones que transcurren por otros lenguajes, demasiado rápidamente apuntamos a cómo traducirlas a la palabra como si fuera el único modo de producir sentido en relación a aquellas producciones que apelan a lo gestual, lo gráfico, lo musical, la escenificación... Pienso que no todo lo que hay en un dibujo, un juego, una dramatización, puede trasladarse, en una especie de traducción automática, a la palabra. Tampoco la escritura puede pensarse como el simple traslado a otro soporte (el papel, o la pantalla de la computadora) de lo mismo que verbalmente puede decirse. Los actos de escribir, jugar o dramatizar poseen una eficacia inherente a su singularidad, tanto como el relatar. Tropezar en las líneas, los colores, los gestos, las imágenes, los volúmenes, abre vías de acceso y posibilidades de fabricar sentido en relación a algo de las propias verdades, a lo “olvidado”, a lo sabido no conocido, a los mandatos que nos configuran y atraviesan, a lo temido, a lo anhelado.

             Visto así, me parece que adquiere más sentido pensar en las posibilidades, los recorridos posibles, a partir de estos otros lenguajes. Y también en las posibilidades especificas que el trabajo en grupos puede aportar.

 

 

            Cuando elegí el titulo para lo que iba a decir propuse “montajes temporarios”, recurriendo a cierta ambigüedad. Por un lado quería aludir a “montajes temporales”, invenciones de tiempo. El espacio clínico, incluso el de los grupos, como modos de “darse tiempo”, tiempo para desplegar lo que no sabemos a dónde nos conducirá... Tiempo para volver sobre las propias palabras, dibujos, juegos... Tiempo para producir un distanciamiento entre lo que “queríamos” hacer o decir, lo que hicimos o dijimos, lo que de novedad aparece allí, lo que esas producciones acaban diciéndonos... Tiempo para apropiarnos de nuestra autoría y originalidad tal como aparece en esas diferencias.

            Pero el título “montajes temporarios” también apunta a otra cuestión, la de la colaboración entre disciplinas afines pero diversas. Creo que en relación a esa posible colaboración solemos tener una ambición excesiva que se vuelve obstáculo.

            Esto nos sucede cuando demasiado rápidamente, en alguna situación en que se da el entrecruzamiento de diversas miradas disciplinarias -lo que ocurre cotidianamente en ámbitos de la educación y de la salud- tendemos a pensar que lo que urge es construir una mirada compartida y alguna clase de dispositivo o montaje permanente de integración de los diversos enfoques disciplinarios. Casi como si los distintos dominios y profesiones estuvieran en posesión, cada uno, de algunas piezas pertenecientes a un mismo rompecabezas -el del conocimiento- y entonces, bastaría que cada uno aporte las piezas que posee para ir completando el armado... Creo que las piezas de que disponen las distintas disciplinas no corresponden exactamente al mismo “rompecabezas” y corremos el riesgo, si intentamos forzarlas para que encajen, de vernos llevados a deformarlas, a limar algunas de sus aristas, sus bordes, sus originalidades... Ahí es donde prefiero pensar en “montajes temporarios”, provisorios, dirigidos a resolver “situaciones-problema”, disponibles para ser desmontados y vueltos a articular de otros modos... Si el camarógrafo que está filmando hoy no dispusiera de un trípode tal vez podría recurrir a una mesa, ponerle una silla encima y ahí apoyar su cámara. Tal vez ese “dispositivo” (la mesa con la silla encima) le resultase muy útil... ¿pero qué pasaría si entonces decidiera unir definitivamente la silla con la mesa, atornillándolas? Que crearía una aparato bastante incómodo para transportar... y perdería una mesa y una silla, que ya no se prestarían a sus otros usos... Entiendo que estas Jornadas serán de provecho si podemos escuchar los relatos de experiencias y participar de los talleres situándonos en esta perspectiva de “montajes tmeporarios”, entrecruzamientos provisorios, entre psicopedagogía, arterapia, danzaterapia, psicomotricidad, psicodrama...

 

 

--Otra vuelta sobre la cuestión de las inscripciones y las escrituras en la experiencia clínica. Recurro a otro fragmento de una sesión en un grupo de niños... Estábamos trabajando en una sala con vista a la calle en un piso alto. Era invierno. Estaba encendida la calefacción. Se escucharon truenos y comenzó una fuerte tormenta. Los  niños se fueron acercando al ventanal para observar la lluvia, la calle, los transeúntes con paraguas. Las caras de los chicos estaban pegadas al vidrio, que se empañaba con vapor, el que retiraban con las manos para poder seguir mirando hacia afuera. Descubrí que un niño había dejado de mirar al exterior. Ahora miraba el vidrio con vapor, y cómo allí quedaban las marcas de su frente, su nariz y su boca cuando estaba su cara apoyada en la ventana. Era un chiquito que “no dibujaba” ; en verdad, no soportaba dejar marcas en la hoja de papel... se horrorizaba ante ellas y destruía cualquier hoja donde hubiera realizado  un trazo... Comento con los otros niños el descubrimiento de este chico, al que llamaré Felipe. Comenzamos a repetir el gesto de apoyar la cara y manos en el vidrio y descubrir las marcas... Las cubrimos de nuevo exhalando sobre el vidrio -con lo que se borran las huellas- y volvemos a apoyarnos... Marcas que aparecen y desaparecen... Algunos hacen dibujitos... Felipe acompaña el juego... Sucesivos desplazamientos -en sesiones posteriores- lo conducirán al dibujo... Recuerdo que en una sesión posterior, pasamos de la ventana a una mesa que tenía un vidrio encima. Colocábamos una hoja debajo del vidrio, y él hacía trazos con marcadores sobre el vidrio. Por contraste con el blanco del papel que estaba debajo esos trazos eran bien visibles... pero la hoja luego se retiraba de debajo del vidrio y permanecía blanca... y los trazos sobre el vidrio se retiraban con un trapito...

            Luego de un tiempo se interesó en conservar diseños en el papel... Si observamos bien la secuencia acontecida podemos aventurar algunas hipótesis: para poder empezar a dibujar Felipe necesitó primero poder “leer” sus marcas, sus huellas, en el vapor de la ventana... Necesitó también empezar a “escribir-inscribir” esas huellas de su cuerpo en el vidrio... Primero leer y escribir,... luego empezar a dibujar... Esto altera lo que habitualmente consideramos como la secuencia evolutiva que conduce a la lecto-escritura. Generalmente se supone que el niño accede al habla... pasa por el dibujo... y luego ingresa a la lectura y escritura...

Ahora estoy subrayando un tiempo previo... Leer las propias huellas, y las de otros... como operación previa.

De hecho, el hombre que llegó a dibujar los diseños rupestres necesitó mucho antes pasar por la experiencia de “leer y luego escribir”... ¿leer y escribir qué? Leer marcas en el suelo blando que son el resto que queda de la pisada de un animal, de otro hombre o de él mismo... marcas que no “dibujan” la pata o el pie... que en todo caso son su negativo... Esas huellas muestran el ausentamiento del pie que las produjo... Así como luego la escena pintada en la pared, independientemente de su contenido, muestra en primer lugar, el ausentamiento de la mano que paseó su gesto por la pared... Lo primero que hay para leer allí es que alguien estuvo en aquella cueva, dibujando...

Cuando adhiero a la idea de pensar los grupos en una perspectiva escritural, como un trabajo de inscripciones y re-escrituras, estoy pensando ante todo en la mano que traza el dibujo en la pared de la cueva, en la huella que evoca en negativo el ausentamiento del pie que pasó por allí... en el apoderamiento necesario de los propios gestos que se hacen marca, huella, trazo, para poder trasladarse al juego, el dibujo, a la lecto-escritura...

Creo que gran parte de la eficacia del trabajo en grupo se sustenta en los trabajos de escrituras que allí se oportunizan. Escrituras en lenguajes diversos -gestual, corporal en general, plástico, musical, verbal, escrito- que dan lugar a producciones de sentido que es preciso acompañar en un movimiento de sístole y diástole... de cierre y apertura... Estas Jornadas apuntan a inscribirse en ese mismo movimiento.... 

Lic. Jorge Gonçalves da Cruz

–psicólogo clínico-

 

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